TERUCA VUELVE

Siendo un lector antiguo de Teresa Hamel, no puedo jactarme de haber estado en la primera línea de sus amistades. Pero durante largos años de conocerla percibí ese atractivo, el encanto que emanaba de su jovial personalidad e impresionaba a sus admiradores. No lo generaba sólo su fama de buenamoza con gracia. Trasmitía una sensación de bondad, de belleza sin alardes, de humanidad luminosa, acogedora, simpática. Hacía más grato el clima de su entorno y la conversación fluía con deleite. Era de una amabilidad natural que mejoraba el ambiente, generando alrededor una impresión de agradable bienestar, de amistad generosa y sonriente.

La novedad de una obra póstuma

Alejados debido al exilio forzoso, dejé de verla en sus últimos años. Verdaderamente lo sentí. ¿Decidió permanecer afrontando los riesgos en el país sumido bajo el toque de queda, el apagón cultural, la oscuridad obligada, donde todo podía suceder? Había que reencender algunas luces, cosa peligrosa.

Ahora deseo saludar a su hijo, a todos sus familiares, a los demás presentes, entre los cuales se encuentran muchos amigos de ella.

Leyendo esta Reñaca, Reminiscencia,  obra póstuma de Teresa Hamel, reconozco que, aunque creía conocerla regularmente bien, los hechos evocados por su último libro me la completan en forma notoria como protagonista de facetas desconocidas. Vivió una existencia nada vulgar, testigo vivaz y escribiente de muchas páginas hasta entonces inéditas. Éstas proyectan una imagen, rememoran un perfil de la historia del país. Fue una cronista, una observadora serena y límpida de su época. Su estilo es ameno, sutil y concreto. Reproduce hechos, aventuras, cualidades humanas valerosas, paisajes y acontecimientos que merecen ser salvados del olvido.

Releer su obra

Su creación literaria es copiosa. Contiene un historial de experiencias, de visiones colectivas, de anhelos, de sueños íntimos y colectivos.

El prólogo de Luis Alberto Mansilla, como todo lo suyo, es sustancial, acertado e informativo. Va llenando vacíos sobre la trayectoria, la vida y la obra de la múltiple autora. Registra el “largo viaje” de una existencia creativa, repleta de buenas vibras.

Hagamos algo para que sus libros sean más leídos. Sus cuentos de Negro, Raquel devastada, sus novelas La noche del rebelde y Leticia de Combarbalá; las narraciones de Dame el derecho de existir y Las cien ventanas no deben ser relegadas en el sótano, ser una más entre las incontables y aberrantes amnesias en esta tierra excedida de olvidadizos excluyentes.

La necesidad del recuerdo

“Reminiscencia” es un libro de memorias singulares. Y algo más. Narra y describe la atmósfera de la llamada clase alta. Pinta ámbitos exclusivos. La opulencia del hogar no ciega en ella la mirada con matices reveladores, hace una descripción sensible de  ese ambiente privilegiado. Es un Chile que nosotros entrevimos desde fuera, en la lejanía. Teruca ha evocado en forma directa y veraz sus interioridades.

La sigo viendo como la eterna muchacha amable, gentil. Tengo la impresión que durante los 87 años que alcanzó a vivir conservó, salvo en contados períodos de graves dolencias, cierto aire joven.

Dejó once libros como legado al presente y el futuro. Cumplió su misión con largueza. Hizo una vida intensa, donde hubo casi de  todo: amor, dolor, matrimonio, hijos, creación, amistad. Era una bella realmente modesta. No le gustaba acaparar el primer plano. Si se la notaba alguna vez se debía a cierta espontaneidad que trasmitía sin proponérselo.

La marcó de algún modo la época y el lugar donde nació. Esa Viña del Mar adolescente y prometedora de 1918, cuando en Europa comenzaban a callar los cañones de la Primera Guerra Mundial. Murió hace poco, en este 2005, un año que nos golpea subrayando que la vejez y su corolario mortal existen y llegan.

Estampas de otro tiempo

Su padre, Gastón Hamel, fue un inventor tenaz, un químico distinguido, precursor del progreso en un país entonces de gran retraso, con algunos pocos visionarios que querían industrializarlo.

Su vocación pública lo llevó al cargo de Alcalde de Viña e Intendente de Valparaíso. Y también a ese lugar entonces agreste que da el nombre a este libro.

Ella vivió en París parte de su infancia. No es extraño que esa ciudad tenga para Teruca un magnetismo que la impulsa a regresar cuando puede.

Destaca personas y personajes sobresalientes de esos días. Traza los retratos con buen pulso y pupila libre, incluso con ironía,  sobretodo cuando perfila a ciertos famosos. Por ejemplo, al fugaz presidente de su primera infancia. “Yo era muy chica, debo haber tenido cuatro años, iba de la mano de don Emiliano Figueroa. Jamás había conocido a un presidente con colero, barba blanca, colorados cachetes, iris celestes, simpático, en chaqué de cola y en el ojal un sorprendente clavel traído de La Serena”.

Era un político y un elegante vividor del novecientos. Lo fotografía con buena leche. Imagen pintoresca, “de circo”, dice Teruca. “Me pareció un gigante de banda terciada tricolor. Lo hallé bastante encantador. Con él de la mano, me sentía segura”. Todo esto fue en la inauguración del Puente de los Piqueros. Así, sin solemnidad va brotando la historia de Reñaca de entonces, “playa solitaria, salvaje”.

Eligió un buen lugar para nacer, en una hacienda comprada por su padre cuyo nombre era Viña del Mar. Lo proclama con júbilo: “en esa región poética nacería yo un sábado de Gloria, con perfume a heliotropo, a lluvia de chaya y a baldes de agua”. Otro elemento de aquel panorama boscoso cuyo nombre una vez al año da la vuelta al mundo, es la Quinta Vergara.

Tuvo una educación con traslados cosmopolitas. En París, Viña, en la Universidad de Nueva York, en la Sorbona. Descubre en el mundo de la época cosas para volverse loca. La literatura, el cine, el teatro, la decoración, el “New York Windows Display”, una  decoración de vitrinas llamativas dentro de la gran manzana. Pero sobre todo busca la buena amistad de poetas y prosistas, de “artistas que hicieron suyas las luchas de su pueblo”, agrega.

Auténticos viajeros

Generalmente las creaciones literarias entretejen historias de vidas con alguna complicación. Teruca recuerda variados temas y viajes. Es trotamundos desde pequeña. Los auténticos viajeros son los que saben mirar. Como la familia era de fortuna, le posibilitó desde muy chica frecuentar instituciones culturales. Recibió luces que casi siempre eran más brillantes que las de Reñaca. Las ciudades en que permanece durante años son de estudio y formación intelectual.

Tiempos de constantes descubrimientos y también de algunas tristezas hondas. Esos ires y venires por Europa y Estados Unidos irán aprovisionando lo que almacenó en su memoria. También América Latina gradualmente le va mostrando sus realidades, sus riquezas, sus flaquezas, su naturaleza tan rica y los harapos del pobre. Poco a poco irá auscultando sus problemas. Aunque su existencia pudiera creerse en cierto momento la travesía dorada de una pequeña aristócrata sometida a los prejuicios de su mundo, no es así con Teruca.

Humanidad, inhumanidad

El libro recoge testimonios sobre una humanidad contradictoria. O sea, también rasgos de la inhumanidad. A ratos su aguda pupila es tan rápida como las imágenes del cine retratando el campo de otrora y la urbe apresurada. Pero es también un relato de afectos, reflexiones y miradas críticas propias de un espíritu artístico. Son recuerdos y sensaciones, fragmentos de sus andanzas. Desde luego no abarca todo. Pero la obra literaria siempre se alimenta de una mezcla de realidad e imaginación, incluso de los mitos de la época. Trasciende los límites de la historia oficial.

Como todos los mortales, Teruca sufrió penas grandes, a veces desgarradoras como las de perder un hijo.

El libro a ratos es cruzado por un aire emocional, que, sin embargo, no distorsiona lo que describe. Nunca la persona es presentada de modo maniqueo.

Metamorfosis de la hacienda

Hay algo de espectacular en la metamorfosis de la vieja hacienda de Reñaca, punto de partida del balneario, hoy de moda. El litoral circundante va sumando localidades de recreo atestadas en la estación estival. De algún modo esa transformación no tan paulatina de Reñaca y su vecindad suma una leyenda de cambios vertiginosos. Los que imaginan el primitivo proyecto y lo promueven son  pioneros. No edifican solo ellos. En ciertos casos, casi siempre la mano de obra la pone el pueblo, el constructor anónimo.

La caza del zorro

No faltan en ese ámbito violentos deportes importados, prácticas señoriales un tanto salvajes, trasladadas de escenario, como la caza del zorro. (Hoy se la pretende suprimir en Gran Bretaña, su patria de origen) La descripción de Teruca Hamel es colorida y un poco horrorizada. Hay en dicha “diversión” dosis de crueldad, por no decir crueldad sádica ultra civilizada. La algarabía de los perros, el toque agudo de las cornetas de cacería, tanta barbarie distinguida, se matiza con la nota exótica y estetizante de doce pianos instalados “en la cresta de los cerros, traídos en carretas, al paso de los bueyes”, produciendo esa mixtura insólita de épocas, de choques de sensibilidades. Algunos de los participantes no vacilaban en entusiasmarse con los toneles de vino, chicha; con arrollados y malayas, para festejar la proeza ecuestre de la caza del zorro.

Como si fuera poco la imitación de los placeres de los lores, la sangrienta culminación criolla aporta un avicidio. Son las riñas de gallos, que repugnan a la narradora.

La “fina” barbarie de “los exquisitos” también suele trasladarse de la pelea de gallos a la represión cruenta de la sublevación de la marinería. La pequeña Teruca contempla alguna de sus escenas de castigo, como si asistiera a un espectáculo educativo, a la exhibición de los “gallos” derrotados a cañonazos y bombardeo aéreo.

El amor, la amistad, casi siempre

El amor la anda buscando. Se casa con el arquitecto Jorge del Canto Rivera, un buen mozo de la época. El matrimonio no va a inmovilizar la vida de esta traslaticia por naturaleza. En Nueva York conoce a Gabriela Mistral, quien celebrará lo andariega, lo “patiperros” y lo vagabundos que suelen ser ciertos chilenos.

Va a encontrar una amistad de veras sólida, entrañable y cómplice, afín, de carácter a ratos juguetón con Pablo Neruda. Dos temperamentos bien diversos hechos para defenderse con humor ante la tragicomedia de la vida. Se encuentran para bromear y planear acciones útiles, en especial para la Sociedad de Escritores. Supieron buscar la alegría, conversándola a fondo, hasta que llegó el sufrimiento. En la hora final del poeta ella termina sollozando mientras arranca a su amigo Pablo la última leve sonrisa del que se va. Son los momentos del adiós.

Fue mujer que cultivó fraternidades como necesidad vital. Entre ellas con gente madura, pero también con miembros de la generación siguiente, por ejemplo, el escritor Armando Cassigoli, quien murió joven. Fue también amiga del alma de una fina y calificada novelista, que vivió parte de su vida en Argentina, Margarita Aguirre.

Ricardo Latcham, crítico y maestro avizor, descubridor en Chile de la literatura de América Latina y de sus autores más significativos, también advertirá tempranamente en Teruca a la cuentista de veras.

Ella hizo del encuentro coloquial un arte de la vida. Entre muchas otras amistades tuvo por interlocutora a una escritora dignísima de todos los prestigios, Marta Jara, autora de libros tan valiosos como El vaquero de Dios y Surazo.

De tú a tú

Reñaca, Reminiscencia merece un recordatorio necesario y un lugar sin mezquindad dentro de los anales de las letras chilenas.

El 18 de noviembre de 2005 por la mañana leo en el diario que el progreso se acelera y llega hasta los tradicionales campos de antaño donde Teruca vivió una infancia rodeada por la inocencia, por lo rural. La información se titula: Reñaca, sede del cerebro. Anuncia que ese día comienza allí la tercera versión del simposio internacional titulado “La biología del cerebro y sus desórdenes mentales”, que se realizará en Reñaca hasta el domingo. Participan cerca de 30 científicos, quienes ahora encabezan las principales investigaciones en neurociencia, neurología y psiquiatría. Un cerebro cubierto de nervios mañana parte de Nueva York para ser exhibido en Reñaca. Advierto casi sin asombro que dos lugares claves en la vida de Teruca Hamel –lo pequeño y desconocido y la urbe grandiosa, Reñaca y Nueva York- se dan la mano para compartir experiencias de nivel mundial, como tuteándose, de tú a tú. Creo que ella de saberlo tampoco se hubiera extrañado. Porque nada la sorprendía en demasía. Era una mujer del futuro.

Volodia Teitelboim
Café Literario, Santiago
Noviembre 2005